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Hoy, oficialmente, es el Día Internacional de la Oralidad, que como cuentacuentos aprovechamos para celebrar que seguimos compartiéndonos con ayuda de los cuentos, las leyendas e historias que nos han llegado y que filtramos a través de nosotras haciéndolas también un poco nuestras.

Porque la oralidad tiene esa magia del cambio, del presente continuo, siempre cambiante y diferente y también con ese lado conocido que siempre tranquiliza.

Aprovechemos este día y celebremos hoy que somos poseedores de esta capacidad de contar/nos con la palabra hablada. Y mañana también, volvamos a recordarlo y a celebrarlo en un nuevo presente diferente.

Compartimos el mensaje que, invitado por los amigos de Intujai, organizadores del Festival Ahoz Aho, nos regala este año el escritor Juan Kruz Igerabide.

«Desde la tradición»

Quiero contaros uno de los cuentos más simbólicos de la tradición oral:

«Hubo un tiempo en que todos los animales sabían hablar, así como las plantas; todas las plantas, excepto el musgo.

La razón o el Logos no hablaba al principio; sólo hablaba el Mito. Por cierto, la historia de Ulises anuncia que la Logosa se impondrá ya al Mito; no es por casualidad la protectora de Atenea Ulises, diosa nacida de la cabeza de Zeus, modelo de la reflexión; no son por casualidad los rasgos principales de Ulises el ser inteligente mental y hábil en el habla; por medio de ellos dominará a Ajax Telamonio (modelo del valor heroico del Mito) y adquirirá las armas de Aquiles. Está, pues, en Homero mismo el germen que luego florecerá Sócrates.

El musgo estaba triste y cabizbajo, porque se daba cuenta de que era él solo el que no sabía hablar. Las plantas hermanas, pues, se apiadaron de él y trataron de enseñarle a hablar. Silbaron, cantaron, bailaron para su hermana, durante días, semanas, meses, años, siglos…

No consiguieron, sin embargo, enseñarle a hablar.

Entonces, fueron los animales los que acudieron en ayuda de las plantas. Silbaron, cantaron, bailaron para su hermana, durante días, semanas, meses, años, siglos…

Su esfuerzo también fue infructuoso.

Tanto se cansaron en aquel trabajo que las plantas primero y los animales después empezaron a perder el lenguaje. Primero tuvieron dificultades para entenderse. Luego, no entendían nada. Y así, dejaron de hablar; ¿para qué hablar, porque no podían decirse nada?

Las plantas perdieron por completo el habla. Los animales, en recuerdo del antiguo tesoro, conservaron una sílaba por especie; así, todavía hoy unos dicen mu, otros también, otros miau.

Sin embargo, como al principio el musgo fue una excepción, en la posteridad fue un animal, que recogió todas las sílabas y se hizo dueño del lenguaje; era, según todas las apariencias, un animal de dos patas. Un Ulises-Prometeo.

Cuando el viento azota fuertemente las plantas, parece que aquellas plantas están haciendo un esfuerzo por recordar el antiguo idioma, y silban de muchas maneras, como si estuvieran tratando de sacar una sílaba. El musgo no hace eso; el musgo permanece en silencio, encogido sobre las piedras, triste y medio enmohecido «.

Este cuento nos lleva a la tierra del mito; a la tierra de la poesía, del símbolo y de la analogía; a la tierra del panteísmo animista, donde todo es habla a través de la música, donde todo es habla a través de los colores y de las imágenes.

Estamos en la tierra de los sueños, en la tierra del tiempo redondo.

Las fuentes de la tradición están en el imaginario del hombre, en el que habla toda la naturaleza; ese imaginario recoge la sabiduría que durante siglos recorre el molino del tiempo.

La tradición tiene un almacén; una tradición sin almacenes, sin memoria, sin anclas, que se lleva enseguida el lado más torpe y perverso del jirón de viento de la globalización. Sin embargo, lo mismo le ocurre a la tradición que tiene bien cerradas las puertas del precioso almacén, para que nadie lo contamine; tiene hermosas bibliotecas, pero ningún lector. Molino parado. Todo musgo.

Almacén y uso. Si no, todo está perdido. El niño de la cuna es la tradición, bien cuidada, bien alimentada, envuelta y mecida en canciones templadas, oba, oba, loa, loa, txuntxurrun berde, ttunkurrunku ttunkurrun kuttuna; oinez ikasi eta munduan zehar dantzatuko den haurra, ttikirriki, ttikirriki, ttikirriki ttona.

Juan Kruz Igerabide Sarasola, Día Internacional de la Oralidad, 20 de marzo de 2024

20 marzo 2024, miércoles

Pedro Alabazan
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