Sigo recordando y recuerdo, como en un cuento, que la mañana siguiente a mi llegada abrí los ojos y, por unos segundos, no supe dónde estaba, tan diferente la primera sensación. Al darme cuenta, permanecí quieta, muy quieta, tumbada bajo la mosquitera, cubierta por aquella tela de colorines, saboreando ese momento e intentando hacerlo durar un poquito más. Escuché aquella tranquilidad de mañana, silencio lleno de sonidos suaves, lejanos…
Sin prisa me preparé, la ducha fría bajo el cielo de arrullos de palomas…
Y, al abrir la puerta de la cabaña, la luz del sol, que ya llevaba tempo tocando en ella, irrumpió con fuerza:
- ¡Venga!- me gritaba entre risas- ¡Sal ya!
Casi no había nadie entonces, a media mañana; luego supe que estaban todas en el Centro, en Aminata.
Esta Casa de Hahatay, que se agranda, se extiende, se amplia y enriquece, que es lo que tiene la alegría por emprender, que atrae y te da ganas de pegarte a ella.
Y cuentan que a la casa principal le salieron otras pequeñitas y, aunque hicieron un muro para acotar la zona, la casa saltó y se extendió en la granja, con cabras y cabritas de nieve y sus caballos con burka, en la cocina, en el weu Redondo, centro de vida, comidas, reuniones, charlas, juegos…. Redondo como la gran bandeja de comida de donde cada cual comía lo que quería, necesitaba, picante, redondo como los círculos de cuentos alrededor de la hoguera, como la luna, como la tierra… y también se amplió en la residencia, recién construida y que prácticamente se estrenaría el fin de semana siguiente al albergar a los griots y narradores invitados…
Y detrás, todavía en construcción, también en la casona de Pablo, cómplice remangoso y sabio, farmacéutico-arquitecto y lo que haga falta, en la que trabajaban sin pausa con la ilusión de inaugurarla estas navidades.
Una Casa, el Hogar Hahatay, en constante ampliación, proyecto de vidas en proyecto también en continuo crecimiento, al que dan color, calor y risas un montón de personas y espíritus maravillosos de las que os contaré otro día, cuando siga recordando mi estancia en Gandiol, como en un cuento.
6 de diciembre de 2019 a las 19:12 Bego